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Historia

Allá por los años 1850 Don Justo José de Urquiza fue uno de los primeros terratenientes de la región en asombrarse por las bellezas naturales que el Delta Argentino le ofrecía.
Con el correr de los años Urquiza fue dejando a sus herederos sus tierras y parte de las mismas fueron vendidas a la familia Oneto, que en aquellos tiempos y dedicándose a la fabricación de pastas, era parte de una burguesía empresaria que crecía al mismo ritmo vertiginoso que toda la Argentina.

Una de las hijas del Sr. Oneto, Pierina, en edad de merecer, cansada de una vida tan fácil como carente de aventura, se apartó de su familia y contrajo matrimonio con el noctámbulo cantante de tango Alberto Castillo, lo que hizo que por un  tiempo no aparezca más por estas tierras. Pero su amor por el Delta no le permitió mantenerse lejos por mucho, ya que volvió y se afincó en esta propiedad dándole su nombre.​

Luego de varios años y siendo ya mayor, la fundadora de la finca, cedió dicha propiedad a un grupo de sacerdotes y religiosas. Crearon un predio de recreación para niños minusválidos y sus familiares.
La isla, como Pierina la llamaba, guardaba ese encanto generado por su amor a su amante Alberto, hacia los niños y por supuesto hacia ese lugar al que tanto disfrutó y del que nunca se pudo apartar que era el Delta.​
Por ello hoy, luego de tanto tiempo, pero en el mismo lugar, queremos hacerlo sentir, como se sentía Pierina. Disfrutando de todo el encanto que le generaba “la isla” y rodeado de la misma belleza natural de la que hace muchos, muchos años se asombrara Don Urquiza.​

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